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Fomento a la lectura
octubre 30, 2023
Fomento a la lectura

La lectura nos lleva a lugares y escenas fascinantes: surrealistas, imaginativas, fantasiosas y reales. Leer alimenta la mente y el alma y los nuevos autores están dispuestos a crear esa conexión con nosotros a través de sus palabras.

Te recomendamos a dos autores que estuvieron presentes en la pasada edición de la Feria Internacional de la Lectura Yucatán (FILEY), con dos estilos diferentes.

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Edgardo Arredondo y El rostro de la venganza

El rostro de la venganza es una colección de 21 historias reunidas en dos grupos, el primero sobre temas en general, bajo el rubro de la pluma. La segunda, “El bisturí” con temas médicos, iniciando con Louis Pasteur y el primer ser humano salvado de la rabia. El rostro de la venganza forma parte de una trilogía, en la que inevitablemente se asoma Arredondo, el novelista. Historias plasmadas con la misma mano que escribe con el escalpelo y corta con la pluma.

A continuación presentamos un pequeño cuento que podrás encontrar en esta obra.

Chopin en el laberinto

Era un niño de unos ocho años, la edad en la que si no te duermes temprano te amagan con que vendrá el Tucho y te jalará los pies. Creo que desde pequeño tenía ciertas tendencias noctámbulas. En la casa donde crecí en la García Ginerés, mi madre tenía un hermoso piano vertical de los antiguos, un Apollo Dresden alemán. Ella tocaba el piano, desde chica tomó clases. Fue un regalo de mi abuelo, pero, la verdad, no siempre le arrancaba algunas notas; cuando lo hacía, la casa se inundaba con la música de Chopin, Beethoven, pasando por Liszt, uno que otro bolero, hasta llegar con la interpretación de “Mambo número 5”, de Pérez Prado. El resto del día, el piano permanecía mudo a menos que mi hermano Adolfo tocara “Palitos chinos” o yo me arrancaba con la de “Los changuitos”, porque eso sí, mi madre nunca tuvo paciencia para enseñarnos a tocar; las dos últimas veces que lo intentó nos mandó por un tubo cuando nos empezamos a carcajear en las clases de solfeo: doooooo, reeeeee, miiiiiiiii, faaaaa, sooooool, etcétera. Así que la primera vez que escuché las notas del piano en la madrugada, sentí que mi corazón iba a salírseme dando brinquitos. A través del silencio de la noche, percibía el ruido más que claro del piano que sonaba. Me quedé quietecito y de nuevo lo escuché: “pin, pun, pan”. Obviamente, ninguna melodía. Agucé el oído, pero no se repitió. A la noche siguiente, mientras mis oídos estaban como radares, de nuevo apareció: “pin, pun, pan…, pan, pun, pin”. Recuerdo haber despertado a mi hermano: “Gordo, gordo, están tocando el piano”. En medio de la oscuridad se despertó. Sin salir del cuarto, nos quedamos quietos mirando hacia la silueta del instrumento iluminado a contraluz por la luna, que servía de reflector. “Estás loco, ya duérmete”. Al día siguiente, recuerdo habérselo contado a mi abuelita Soco, quien sonriendo me dijo: “Es el Tucho que viene a tocar para que te duermas”. De tal manera que, con la consigna de que nadie me iba a hacer caso, me resigné, pero… una vez más sucedió. Al fin mi abuela escuchó aquellos breves lapsos de conciertos. Y recuerdo esa primera vez, porque casualmente esa noche habíamos jugado lotería y estaba molesto, pues mi cartilla favorita no aparecía, al igual que las cartas de la rana y el apache. Nos mandaron a dormir; entonces mi madre y mi abuela se quedaron viendo un rato la televisión hasta que sí: “pin, pun, pan, pan, pun, pin…”. Hay que decir que la tapa del piano estaba cerrada con llave, porque de lo contrario mi hermano y yo nos poníamos a tocar “Palitos chinos” y “Los changuitos”; mi madre, como el profesor Jirafales, salía con su: “¡Ta, ta, ta! ¡Ustedes no estén jugando con el piano si no van a tomar clases, el piano no es juguete!”. Así que ya me imagino a mi madre y mi abuela, que en esos momentos sentadas tejían (las dos eran unas excelentes arañitas y tejían preciosidades en estambre y crochet).

Lo que siguió después fue un concierto… pero de rosarios. Todas las noches antes de dormir, mi hermano y yo escuchamos el “Ave María Purísima”, hasta llegar a aquel larguísimo: “Torre de marfil…, arca de la alianza…”. Más de una vez oí a mi abuela diciéndole a mi madre: “Debe de ser tu abuelo que viene a visitarnos” (mi bisabuelo tocaba siete instrumentos). 

Lo cierto es que el extraño concierto no solo no se detuvo, sino que comenzó a ser más constante, hasta que un día mi padre, que hacía berrinches cada vez que escuchaba las plegarias, se levantó en la madrugada al percibir el más que persistente: “pin, pun, pan, pan pun, pin”. Con toda su formación militar a cuestas, montó guardia. Al repetirse el sonido, despegó el piano de la pared, tomó un desarmador y al quitar la tapa del respaldo ahí estaba el músico en ciernes: una enorme rata a punto de parir que había hecho su nido en medio del laberinto de cuerdas y palitos. La criatura feneció después de recibir dos certeros golpes de palo de escoba, no sin antes haber corrido por toda la casa desatando los gritos de mi madre y abuela y contado con la asesoría de Chica y Terry, mis inolvidables perros de la infancia, que corretearon a la pequeña bestia hasta acorralarla. El escándalo en la casa fue de grandes proporciones. Recuerdo que el ruido de muebles corriéndose, los ladridos de los perros y los gritos histéricos de mi madre me despertaron. La rata era una de las más grandes que hubiera visto hasta entonces. Nunca olvidaré cómo me quedé bobo contemplando el nido del roedor; en medio de la alfombra de restos de papel, cartón y parte de la gamuza del revestimiento del piano, se encontraban lo que quedaba de mi cartilla de lotería y las barajas a medio masticar de la rana y del apache.

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El rostro de la venganza está disponible en:

Amazon

Gandhi

Cadabrabooks

El sótano

/EdicionesFelou

En Mérida:

Librería de la Sedeculta (55 x 62, Centro)

Librería Gandhi (Plaza Galerías)

Edgardo Arredondo

 

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Mujeres escritoras

Gará Castro

La mayoría de las mujeres escritoras no contamos con un espacio propio, silencioso, aislado, ideal para la escritura; tampoco con un tiempo largo, continuo, libre de interrupciones. Tejemos nuestras historias a veces con luz en las manos, otras a ciegas, con tan solo una resbaladiza intuición, entre la ida al súper, la vuelta al médico, la tarea de los hijos, el riego de las plantas, los embarazos, el trabajo, la pareja que reclama tiempo. Y a pesar de que las faenas cotidianas nos arrebatan horas y parecen conspirar en contra de nuestro oficio, hay relatos que vencen las batallas, que no nos sueltan y encuentran su camino, su madurez. Escribo en una mesa, en un rincón de mi clóset vestidor, en la penumbra, con un ventilador antiguo. En ese hueco, las demandas diarias no logran apresarme, las palabras se abren paso y yo como que desaparezco. 

La narración es parte de la vida cotidiana: contamos sucesos, referimos anécdotas, relatamos crónicas de nuestros viajes externos o internos. Para algunas mujeres, esta vocación de expresarse mediante la palabra se vuelca en inventar historias, hacer ficción, y llega a ser tan atractiva, tan invencible, que corren tras las letras: se convierten en escritoras.  

La otra cara de la moneda es el gusto de conocer relatos ajenos. Ya sea de manera oral o con textos escritos. Una escritora es en primer lugar una lectora hambrienta. Disfruta descubrir el vasto mundo a través de los ojos de otro, conocer detalles de la vida íntima de los demás, el entorno en el que viven, su microcosmos, lo que les pasa, lo que provocan con sus acciones, cómo nacen, crecen, se enamoran, mueren. En el pasado, presente y futuro. En el mundo real y en otros imaginados. Da igual, al final, la mayor parte de la literatura recoge la vida de las personas con sus conflictos.

En la tarea de escribir hay dicha y dolor. El talento con el que se nace no es suficiente para lograr una obra valiosa, es necesario nutrir esta aptitud con buenas lecturas, horas de perfeccionamiento, aprendizaje de técnicas y, sobre todo, persistencia. 

El ejercicio de la vocación literaria es reconfortante para la escritora. Sabe que escribir es un tesoro en su vida y está dispuesta a realizar sacrificios, porque no imagina la existencia sin su arte. Cuando la complicada marejada de la vida la aleja de una obra en construcción, siente dolor, y al retomarla, un gozo enorme. En el fuero interno de cada escritora se oculta un misterio. Quizás de desvelarlo cambiaría de oficio. Mientras tanto, aquí seguimos inventando historias, dándole voz a quien o no la tiene, entrando en los sueños, volcando pasiones, venciendo miedos, montando escenarios pasados, presentes, futuristas, distópicos. El ejercicio de la escritura creativa es tan rica y gratificante que su abandono puede producir irritación, vacío emocional. El amor a las palabras se convierte en una experiencia difícil de sustituir. Escribir es nuestra manera de comprender el mundo.

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El club de lectura de “La vieja zarigüeya” está integrado por lectores que desean compartir su amor por la lectura. Se reúnen cada mes en alguna cafetería local en la ciudad de Mérida, de esta manera también conocen nuevos espacios. Para formar parte de esta comunidad lectora, pueden contactar sus redes sociales @leamosunpoco o al correo electrónico leamos1poco@gmail.com

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