Desde la escultura hasta el redescubrimiento del azul maya
¿Quién es Luis Manuel May Kú?
Me considero maya porque nací en un seno familiar maya, mi primera lengua fue maya. Fue hasta la escuela primaria donde aprendí a hablar español. Soy licenciado en educación, maestro de primaria en la comunidad de Cobá en Quintana Roo, donde trabajo actualmente.
Desde que era muy pequeño yo quería ser pintor o artista plástico, pero aquí en Dzan es muy difícil encontrar escuelas de arte lejos de la capital, era imposible acceder a una escuela así y tampoco había pintores en mi comunidad que ejercieran esta profesión.
La inquietud artística siguió hasta mi adolescencia, donde al no tener acceso a escuelas de arte comencé a tallar madera, observando cómo algunos carpinteros de la comunidad trabajaban con las puertas. Le plasmé esta inquietud a mis padres, quienes trataron de apoyarme de alguna forma. Mi papá era comerciante en una tienda de abarrotes y tenía un molino de tortillas y era muy rígido en cuanto a la situación económica, no había recursos para material artístico. Yo apoyaba en la tienda y en el molino, hacía tortillas, crecíamos mientras trabajábamos, desde las seis de la mañana hasta las ocho o nueve de la noche.
Tallado en madera, mis primeros pasos en el arte
Al ver mi inquietud artística, mi mamá tomaba un poco del recurso sin que mi padre lo supiera y me lo entregaba para comprar herramientas con los carpinteros, quienes me vendían las cosas que dejaban de usar. Así empecé a tallar pequeños objetos, imágenes de flores, figuras religiosas o dioses mayas. Esto fue a finales de mi etapa de preparatoria.
Mi licenciatura en educación primaria la estudié en Campeche, estuve en un semi internado. En este tiempo extra aproveché para hacer tallados de madera ya como escultura. En 1997 hice mi primera escultura, se la mostré a una tía que siempre estaba pendiente de mi avance artístico y que me regalaba libros de arte que conseguía cuando viajaba. Así fue creciendo mi pasión por tallar, y a la gente le gustaban mis piezas. En algunas ocasiones me encargaban pequeños trabajos y con ese dinero conseguía herramientas más profesionales.
Hacia finales de los noventas, hice una colección de cerca de veinte obras, muy rudimentarias. Solicité un espacio en una galería de Ticul. El alcalde me abrió las puertas y mi primera exposición fue todo un éxito, vendí casi la mitad de mis obras.
Mi primer gran maestro y mi enamoramiento del costumbrismo yucateco
El maestro Juan Hernández Flores es un profesional y excelente tallador de madera. Vi sus obras por primera vez en una exposición de la Universidad Autónoma de Yucatán y quedé fascinado de su esencia costumbrista: gente maya con hipil, torteando, cortando leña, cargando leña, toda la estampa yucateca estaba plasmada en madera a través de este gran escultor. Ese día no logré hablar con él, pero al salir de la exposición me encontré afuera del teatro con una tarjeta con su nombre.
En el momento de mi búsqueda tenía dos esculturas en la espalda, no sabía utilizar el autobús ni moverme en la ciudad de Mérida. En la escuela me orientaron y fui desde el centro hasta el panteón florido, seguí caminando hasta llegar con el maestro y le hablé desde el portón de su casa.
— ¡Buenos días! —le dije.
— ¿Eres periodista? ¡No quiero que entres! —respondió.
— ¡No! Soy tallador, vi su obra en la UADY y tengo dos esculturas conmigo que quiero que vea.
— A ver —y me hizo pasar.
Cuando vio mi obra notó un grado de desarrollo avanzado dada mi condición sin maestro, autodidacta completamente, y me tomó como su alumno. Él me enseñó todo lo que es la composición en la obra, el equilibrio, el manejo de la anatomía humana. Fui su alumno durante el resto de su vida, y así me enamoró del costumbrismo yucateco. Mi obra dio un salto de diez años gracias a sus enseñanzas.
Cambio de planes: comienzan los rostros mayas
Mi esposa y yo tenemos una hija con un padecimiento congénito que nos cambió completamente la vida. Mis planes de llegar a Cobá y establecerme con mi familia e instalar mi taller cambiaron, pues no podíamos atender a nuestra hija en esa comunidad. Mi esposa tuvo que regresar a Dzan, yo me quedé en Cobá y seguí trabajando como maestro y escultor, viajando todos los fines de semana.
Con esta situación, tuve un lapso de dos años sin realizar nada artístico. Quienes nos dedicamos al arte tenemos esta necesidad, muy dentro de nosotros, arraigada como la necesidad de comer o de dormir. Es por ello que comencé a trabajar el barro con los artesanos de la comunidad de Ticul. Compré barro y comencé a hacer rostros.
Esto fue un gran reto, porque yo quería plasmar los colores de nuestros antepasados en mi obra. Me di a la tarea de investigar qué colores usaban, qué técnicas utilizaban para impregnar los colores en el barro. Aprendí con alfareros lo básico, sobre los tonos claros y rojos. Aprendí de artistas plásticos de la zona que todavía manejaban pigmentos naturales. Tomé cursos y fue creciendo mi conocimiento sobre la gama cromática maya.
Tenía un vecino que tenía un rostro maya clásico y perfecto, fue mi primera pieza de barro. De ahí me fui con otra vecina, pues Cobá estaba lleno de gente con rostros mayas. Ahora tengo una colección de aproximadamente 40 o 50 rostros mayas de toda la Península de Yucatán. Esta colección se ha expuesto en Yucatán, y también en un pabellón cultural en la ciudad de París, Francia.
La inspiración detrás del artista
Mi inspiración: mi cultura maya. Amo mi cultura maya, desde que soy pequeño me he identificado como maya. Lo que quisiera transmitir con mi obra, es que la gente se forje una identidad muy profunda, que sepan que lo valioso está dentro del ser humano. Debemos reconocer de dónde provenimos. Mi maestro siempre lo dijo: “Mantén los pies en el suelo, no permitas que el ego te haga dejar de ser quién eres”.
Otro aspecto importante es la disciplina. Hay que ser constantes, perseverantes. Es la única manera de lograr lo que nos propongamos. Esto lo aprendí de mis padres, de mi abuelo, de mis maestros. Crecimos con esta disciplina de trabajo y es algo que siempre tengo en la cabeza.
El misterio del azul maya
Al realizar mis estudios me encuentro con una gran interrogante: el famoso azul maya, ¿de dónde viene? Comencé a investigar en redes sociales, en fuentes bibliográficas, en libros de antropólogos, hasta toparme con una obra de Dean Arnold que hizo estudios sobre la técnica alfarera tradicional maya. Así descubrí que el azul utilizado en la cerámica maya fue inventado en la época prehispánica, era un azul con composiciones minerales en conjunto con una planta llamada Ch’oj.
A partir de ese momento, me di a la tarea de buscar esta planta en toda la península. Preguntando a vecinos, curanderos, llegando a las comunidades mayas más alejadas. Algunos me decían que sí conocían la planta, pero que ahora ya no había. Un albañil de la comunidad me contó que, cuando era niño, lo llevaba su abuelito a buscar la planta afuera del pueblo para luego dársela a su abuelita y que remojara la planta en la batea. Al día siguiente había un color azul, al batir el hipil quedaba azulito.
Finalmente, un día caminando por Cobá me topé con la planta. Le tomé una foto y se la mandé al botánico, quien me confirmó que era la planta de Ch’oj. Durante seis meses la cuidé para que creciera, diera frutos y semillas. Entonces, en el año 2019, pude por fin volver a extraer la tinta de esa planta.
Tenía la planta, pero mis estudios indicaban que teníamos que conjugar el Ch’oj con un mineral: la paligorskita. Hice varias pruebas hasta que un día, después de tanto insistir, obtuve un tono muy similar a los murales mayas. Esto causó gran impacto en la prensa y los artistas plásticos de la zona comenzaron a pedirme el pigmento. Entonces patenté y registré el producto para resguardarlo.
Ahora, para producir el azul maya, uso las técnicas prehispánicas mayas, con aglutinantes, resinas de árboles y frutos. Fue tal el impacto, que el Museo Británico de Londres se interesó por mi proyecto y me dio una pequeña beca para seguir con la investigación. También, los científicos de Chapingo, de la Universidad de Puebla, y de la Universidad de Celaya, me han solicitado muestras de mi nuevo azul, para hacer un análisis comparativo con el prehispánico. En estos días están por darme los resultados finales.
Ahora tengo casi una hectárea de cultivo de la planta de Ch’oj, a la que constantemente llegan enviados del Museo Británico a constatar que el recurso se utiliza adecuadamente.
He vendido pigmentos en Suiza, en Rusia, en Londres, en París, en Estados Unidos, Centro y Sudamérica. El único mercado que no he logrado hasta ahora es el de Asia y África. El azul maya tiene un uso bastante amplio, desde cerámica, hasta madera, paredes, telas, lienzos… Lo han usado para serigrafía, para hacer murales modernos, pigmentar sombreros, playeras, así como para decorar hoteles o restaurantes.
Pero no quiero dejar que el azul maya se vuelva un pigmento comercial, quiero mantener su condición histórica y cultural.
Festival de Azul Maya Ch’oj en Dzan
Para dar a conocer este pigmento milenario realizaremos un festival donde vamos a reunir a todos los artistas plásticos que utilizan el azul maya, para hacer una exposición. Habrá también danza prehispánica, música, trova yucateca. Se harán demostraciones de la extracción, de teñido de telas y, desde luego, se contará con la exposición artística.
El festival será el domingo 7 de agosto en la comunidad de Dzan, al que llegará personal del Museo Británico. El color azul maya tiene una historia muy grande, los mayas hicieron un aporte científico a nivel universal en la gama artística y cromática. Es uno de los primeros, si no es que el primero, de los colores que fusionaron un mineral con una planta.
El proceso científico detrás del azul maya
El azul maya lo proceso únicamente con agua de lluvia. Cuando la paligorskita entra al proceso de creación del pigmento deja escapar partículas de hidrógeno y de agua microscópica encapsulada. Al secarse, la tinta aprovecha y se introduce y la paligorskita lo amarra y ya no lo suelta. En este proceso, se produce un tercer elemento que se llama “dendrohíndigo”, que es de color amarillo. Eso le da la característica principal al azul maya, que es medio verdoso-turquesa. De ahí proviene también otro pigmento, que es el verde maya, que estoy a punto de registrar.
Es un proceso largo: preparar la zona, el desmonte, esperar la temporada de lluvias, sembrar y cuidar las plantas, usar fertilizantes orgánicos, chapear, limpieza a mano, corte a mano, extraer el tinte de la pileta. Tuvieron que pasar casi tres años de este trabajo, para que renaciera el azul maya.