Leer transforma, resuelve dudas, sana heridas, abre caminos y crea comunidades. A veces lo hace casi de manera silenciosa y sin que nos demos cuenta, pero definitivamente abre puertas y lleva a otros mundos que jamás imaginamos encontrar.
El 24 de agosto se celebró el Día del Lector, una efeméride en honor al escritor argentino Jorge Luis Borges, amante de devorar el contenido de muchos libros. Aunque es una fecha especialmente significativa en Argentina, también invita a la reflexión más allá de sus fronteras. Esta conmemoración me llevó a reflexionar en torno a la lectura y a elegir de mi librero tres obras ideales, a mi parecer, para comentar y, ¿por qué no?, también para recomendar.
La primera es No leer. Crónicas y ensayos sobre literatura, de Alejandro Zambra (Anagrama, 2018). Aunque el título suene contradictorio, es una colección de ensayos que invitan a adentrarse en las obras de grandes escritores como Julio Cortázar, Adolfo Couve, Gabriela Mistral y Karol Wojtyla, entre muchos otros. Incluso dedica uno de sus trabajos a las bibliotecas, esos lugares que han sido relegados al olvido y que, ahora se han vuelto sede de presentaciones o eventos sociales para atraer a más lectores. No leer, de Zambra, te hace devorar las 310 páginas del libro en menos tiempo del que te imaginas, y te deja con ganas de leer más del mismo autor.

El segundo título llegó a mis manos de una manera especial. No lo compré en una feria del libro, ni mucho menos en una librería. Fue un regalo de cumpleaños que durante casi dos años estuvo ahí, sin ser abierto ni hojeado. Luego de muchos reclamos de la persona que me lo obsequió, decidí abrirlo y comenzar a leer. ¿Por qué no lo había hecho antes? Me imaginaba que era una obra aburrida, pero, cuál sería mi sorpresa al darme cuenta de que me encantaría.
Historias de lecturas y lectores. Los caminos de los que sí leen, de Juan Domingo Argüelles (Océano Travesía, 2014), es una colección de conversaciones con grandes de la literatura como Elena Poniatowska, Carlos Monsiváis, Mónica Lavín y José Agustín, entre otros. Las charlas llevan al lector de esta obra a temas tales como si es que el internet contribuye a la lectura, si existe una lectura especial para la niñez o la adolescencia, o la eterna comparación de si es mejor la versión en el cine que la obra escrita. Confieso que, cuando terminé esta obra, le pedí disculpas a mi hijo por haberme tardado dos años en leerla.

Finalmente, hace poco acudí a la presentación del libro Constelaciones lectoras, de Rosely E. Quijano León (Editorial Sociedad Lunar, 2025) y ahí reforcé la idea de que aún existimos amantes de los libros de todas las edades dispuestos a devorar historias y textos de los géneros que más nos llamen la atención. De la mano de una apasionada lectora y promotora de la lectura, Rosely Quijano ofrece una recopilación de artículos publicados en un periódico local en el que cada semana comparte el contenido de alguna obra recién leída. Pero lo hace con un toque personal, con el cual nos invita a conocer y ser parte de la experiencia y los sentimientos que ella vivió en las páginas de las novelas, ensayos y cuantos géneros caen en sus manos.

Estas tres obras tienen algo en común: no son listas de recomendaciones, sino una declaración de amor a los libros y la lectura. Son una invitación a dejarse envolver por su contenido, un vínculo no sólo de los autores, sino también de los escritores que se mencionan en ellos para que más personas caigan en la magia de las letras. La lectura debe llegar a nuestras vidas en el momento justo, sin obligación ni por requerimiento social. Lo anterior es algo que aprendí en los seis años que di clases de Lectura y Redacción y de Literatura a estudiantes de la Preparatoria Gonzalo Cámara Zavala. Además de leer las obras que se incluían en el plan de estudios, los invitaba a leer novelas donde los protagonistas eran adolescentes como ellos.
Un grito de amor desde el centro del mundo, de Kyoichi Katayama; Déjame entrar, de John Ajvide Lindqvist y Un corazón para Eva, de Rodolfo Naró, son algunas de las obras que leyeron de principio a fin en un semestre. Estas les quitaron el pensamiento de que leer es aburrido y tan sólo una acción obligatoria en todas sus asignaturas. ¡Fue una experiencia inolvidable! Y como dijera Rosely al final de su presentación en la librería Educal: “la lectura nos vuelve más empáticos y nos ilumina más la noche. Cada nuevo libro que leemos es una estrella en la oscuridad”. Y tú, ¿por qué lees?

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